Época: Hispania republicana
Inicio: Año 237 A. C.
Fin: Año 30 D.C.

Antecedente:
Hispania en el conflicto la II Guerra Púnica



Comentario

Puesto al frente de las tropas de Hispania, P. Cornelio Escipión dedica el año 210 a.C. a reorganizar los restos del ejército romano y a buscarse el mayor apoyo posible de los jefes indígenas. El 209 a.C., en una operación militar bien estudiada, toma Cartagena asaltando la ciudad por el punto más débil del estero en un momento de marea baja. La toma de Cartagena es el principio del fin del ejército cartaginés de España y de Italia. Livio dice que el ejército romano obtuvo un gran botín en la toma de Cartagena: "las páteras de oro llegaron a doscientas setenta y seis, casi todas de una libra de peso, diez y ocho mil libras de plata trabajada o acuñada, vasos de plata en gran número ...cuarenta mil modios de trigo, doscientos setenta de cebada; naves de cargo asaltados y capturadas en el puerto, sesenta y tres, algunas con su cargamento, trigo, armas, además de cobre, hierro, velos, esparto y otros materiales necesarios para armar una flota" (XXVI, 47). Aun así, tal resultado hubiera sido insignificante si no fuera por los valores añadidos de Cartagena: el centro de un gran distrito minero de plata, un excelente puerto desde el que se enviaban muchas ayudas a Aníbal, la capital de los cartagineses en la Península y el almacén militar de sus tropas; a ello se añadía el que los cartagineses guardaban en la ciudad a rehenes de todos los pueblos de la Península. Si la toma de Cartagena fue el mayor éxito militar romano en Hispania, Escipión supo aprovechar las enormes ventajas políticas que podía obtener del control de los rehenes: les concede un trato amable y obsequioso dándoles la oportunidad de volver libres a sus casas; todos los rehenes eran personas socialmente cualificadas (la mujer y los hijos del rey edetano Edecón, la familia de Mandonio, jefe militar de los ilergetas, etc). La insistencia de los autores antiguos en el asunto de los rehenes es indicativo del valor político que tuvo el comportamiento de Escipión con los mismos (Polibio, 10, 18, 3; 10, 19, 3; 10, 34-35; Floro, 1, 22, 38).
El año 208 a.C., los hispanos proclaman rey a Escipión, honor que no podía aceptar como magistrado del pueblo romano. Y, con esta reserva de apoyos, Escipión continúa las operaciones militares que iban a resultar poco más que un paseo militar por el valle del Guadalquivir hasta Cádiz. Con la batalla de Baecula (junto a Bailén) consigue controlar el paso de Despeñaperros el 208; el mismo año, se adueña de Orongis (Aurgi posterior, Jaén). El 207 toma Ilipo (Alcalá del Río) y Carmo (Carmona). El 206, tiene que volver a luchar en el territorio de los oretanos hasta la toma de Iliturgi (Mengíbar, provincia de Jaén) y de otra ciudad de nombre Castaca (¿la posterior Castulo, Linares, provincia de Jaén?) y se describen igualmente enfrentamientos armados en Sucro (provincia de Alicante). La revuelta de Astapa (no lejos de la posterior Ostippo, Estepa) condujo a la destrucción de la ciudad y a la masacre de su población. El año 206 a.C., la ciudad fenicia de Gades (Cádiz), viendo que no tenía objeto enfrentarse ni intentar resistir al ejército romano, se entrega sin lucha, poniendo fin así a la lucha armada de romanos y cartagineses en Hispania.

La II Guerra Púnica se prolongará aún durante dos años más en Italia y en Africa. Pero los territorios tomados a los cartagineses en la Península Ibérica no serán devueltos a la soberanía de sus reyes y jefes locales. Tales dominios quedan ahora bajo la autoridad de Roma.

Algunas de las poblaciones indígenas que habían visto en los romanos a los libertadores advierten que sólo habían cambiado de dueños. Hay un caso bien documentado de este nivel de conciencia política de los indígenas: el de Indíbil y Mandonio, jefes de los ilergetas.

Los ilergetas eran un pueblo que se asentaba en la comarca del Bajo Urgel hasta el Ebro y ocupaba una parte de las actuales provincias de Huesca y Lérida. Desconocemos el lugar exacto en donde se encontraba Atanagrum, su capital; Ilerda (Lérida) era otra de sus ciudades importantes. Indíbil era su rey y Mandonio, el jefe militar. Ambos comprendieron pronto la lucha de intereses de romanos y cartagineses; sumándose a uno u otro bando, según las coyunturas, hicieron su juego político particular consistente en librarse del dominio de cartagineses y de romanos así como intentar consolidar su posición frente a los pueblos vecinos.

La posición geográfica que ocupaban los ilergetas podía servir para cerrar el paso de los ejércitos romanos hacia el Sur. Por lo mismo, los generales romanos buscaron la alianza de los celtíberos orientales. Hasta el 211 a.C., los ilergetas son aliados de los cartagineses y los celtíberos de los romanos; más aún, el fracaso estrepitoso de los romanos cerca de Linares el 211 a.C. se produjo cuándo los celtíberos rompieron esa alianza y volvieron a sus casas. Las bandas mandadas por Indíbil y Mandonio estuvieron hostigando sistemáticamente a las tropas romanas.

A partir del éxito de Escipión en Cartagena y la devolución de los rehenes, los ilergetas comenzaron a apoyar a los romanos. Pero el 208 a.C., Indíbil cayó prisionero en la batalla de Bailén cuando luchaba al lado de los cartagineses. El 207 a.C. Indíbil y Mandonio organizan una sublevación con apoyo del general cartaginés Magón; el castigo de Escipión a los ilergetas se limitó a imponerles un tributo. Desaparecido el ejército cartaginés de la Península, Indíbil y Mandonio, conscientes de los proyectos políticos de Roma de quedarse con los dominios cartagineses, organizan de nuevo una gran rebelión que prepararon con toda minuciosidad: habían conseguido unir a la mayor parte de los pueblos vecinos del Nordeste peninsular y disponer de un ejército regular de 30.000 infantes y casi 4.000 jinetes. Indíbil murió en la batalla y Mandonio, caído prisionero, fue mandado ajusticiar. Los hechos demostraban que era imposible un proyecto político independiente. Se impuso el modelo de Roma: los ilergetas recibieron un rey vasallo de Roma, perdieron su autonomía y su capacidad de organizar tropas y quedaron sometidos al pago de un impuesto regular como el resto de las poblaciones indígenas de la Península. Como manifestación primera de la nueva política, Roma exigió la entrega de indígenas como rehenes a muchas poblaciones de Hispania.